Talento, piruetas y versos.
Malecón
Cisneros: el paraíso de los talentos
Una tarde en Miraflores
valió la pena para rescatar lo mejor del skate. Un deporte para muchos, una
simple afición para otros. La verdad es que niños, adolescentes y jóvenes aman
la tabla y la consideran su ‘best friend’.
Por Ludwin Meyer.
@MeyerLudwin
“No hay principio ni final, es solo la
adrenalina de hacerlo”, refirió Jaffet, adolescente de 16 años que viene todos
los fines de semana con su grupo de amigos al Skatepark del Malecón Cisneros en
Miraflores.
La verdad es que los veo y no
me genera ningún sentimiento, pero ellos al hacerlo derrochan mucha pasión. Es
su vida y le dedican mucho tiempo. Les pregunté: “¿Es su hobby? – No, para
nada. No lo hacemos por pasatiempo. Lo hacemos porque de verdad nos gusta y
amamos lo que hacemos.” - Me respondieron efusivamente y siguieron montando (me
sentía un intruso).
Los dejé un momento,
encargué mi cámara con el señor de la caseta de seguridad y salí un momento a
fumar un cigarrillo. Adentro no se puede fumar, está prohibido y en realidad
aplaudo la iniciativa del alcalde de Miraflores, Jorge Muñoz Wells, de apoyar
al deporte y erradicar todo aquello que trate de frustrar la pasión de estos
chicos.
Mientras fumaba, cuatro
chicas pasaron en su longboard y de manera consciente puse el pie para que una
de ellas (la más bonita) se detuviera, agarrara su longboard y caminara. Pero,
vaya sorpresa, se acercó y me preguntó: “¿Me invitas un ‘pucho’? Le respondí
¡claro! ¿Fumas Marlboro Gold? – Sí, como las ‘huevas’”-Le invité el cigarro y
lo encendí. Comenzamos a hablar, me dijo que se llamaba Coralia y tenía 20
años. Sus amigas al vernos conversando, regresaron y en ese instante me las
presentó: Alejandra, Anscelica y Melissa – No sé el porqué, pero me he dado
cuenta que todas las que paran en longboard y skate son simpáticas.
Ellas entraron al Skatepark
y nosotros nos quedamos conversando. Le ofrecí otro ‘pucho’, ella accedió. Nos
sentamos en el pasto, claro, ella en su tabla. Me comentó que comenzó con la
tabla a los 11 años porque veía a su hermano Raúl, el mayor, que montaba skate
todos los días. “Un día mi hermano dejó el madero en la cocina, yo me subí para
maniobrar y me saqué la mierda. ¡Jaja! No sabes, me dolió y comencé a llorar
hasta que vino mi ‘vieja’ y me tranquilizo. Raúl vino al rato y comenzó a
decir: “Para que te subes ‘chibola’, si no sabes”, yo seguía llorando. Esa fue
mi primera experiencia”. Yo me reía y ella también. Le dije que fue muy
valiente al hacer eso y que yo en varias oportunidades también hice lo mismo,
pero al saber que me iba a caer, solo pisaba la tabla.
Sus amigas, por las rejas,
decían: “’Cora’, ¿ya?” - ¿A dónde te vas?, pregunté – Nos vamos al ‘Parque de
la Pera’, me respondió con una sonrisa y su voz ronquita. En ese preciso
instante, apareció de la nada el ‘che’ Roberto, conocido y querido por la
comunidad miraflorina por vender unas chocotejas riquísimas. A Roberto lo
conocí el año pasado cuando fuimos al Malecón Cisneros con mis compañeros del
bloque para nuestras clases de fotografía con Analia Orezzoli. Ese día tuve la
suerte de probar un par de chocotejas, una de coco y la otra de lúcuma.
Él se acercó, saludó y nos
ofreció sus chocotejas, no sin antes decirme:”anímate, cómprale una a tu novia”.
Al escuchar la frase acentuada de Roberto, Coralia y yo nos reímos a más no
poder, nos quedaba eso, porque no podíamos actuar de otra manera ante la
iniciativa del ‘che’.
Colaboré y le compré tres
chocotejas y él todo un Don Juan lanzó una frase picante que hasta ahora lo
recuerdo con gracia “el amor es como los fantasmas, todo el mundo habla de él
pero pocos lo han visto”, en ese momento me sentí raro y dije ¿qué carajos?
Coralia se dio cuenta de mi extrañeza y quedo en silencio. “Gracias ‘che’.
Estamos hablando y raya con tus chocotejas” fue lo último que le dije y se
retiró sonriente a seguir vendiendo su producto.
Ella ya se iba y le invité
la teja de fresa porque así lo quiso. Al rato, llegaron sus amigas para montar
y seguir su rumbo. Melissa se acerca para decirme “oye, ¿me invitas?” – “sí,
claro” y cogió la de lúcuma. Yo quería la de lúcuma, pero no le iba a negar.
Llegó el momento de la
despedida. Lo que fue sin querer, terminó pasando y el tiempo paso volando,
¿cómo es no? Cora se acercó y me dio un beso, nos miramos y ambos sonreímos. Melissa
y compañía estaban a unos pasos, moviendo la mano se despedían, yo devolví la
cortesía.
Pusieron la tabla en el piso
y fugaron. ¡Qué lindo es verlas de espalda! Con ‘shortsitos’ en pleno sunset
¡Uffff! Cosas mías…
Regresé al Skatepark, pedí
mi cámara, me senté en las graderías y comencé a fotografiar. Y aunque no me encontraba
tan concentrado, observaba los trucos que hacían los chicos y me ponía a pensar
de la sensibilidad que tienen éstos para maniobrar el skate.
Todas las personas tienen un
talento que los diferencia y lo hace únicos. Montar una longboard o skate es
también un talento y no cualquiera se sube por el simple hecho de verse chévere
encima de una tabla. No señores, no es así y si piensan eso están equivocados.
Recuerdo una Navidad en la
que mis papás me regalaron un scooter y a Franck Eduardo (mi hermano) un skate.
Estábamos felices porque eran los regalos que queríamos. Pero no todo fue
gracia; pequé de cándido al subir e inaugurar la tabla de mi hermano por
haberme lanzado de la bajada del estacionamiento. Me caí y para suerte mía, las
secuelas no llegaron a mayores. Para la anécdota.
En el Skatepark, no solo
vemos aficionados practicando lo que más les gusta, también puedo apreciar a un
par de ‘coaches’ enseñándoles a manipular la tabla a los niños con la
vigilancia de sus madres en las graderías.
¿Se nace con el talento o se
les inculca desde pequeños? Veo a las madres como se conmueven al ver a sus
hijos riendo y pasándola bien. A mí, me causa gracia ver que desde chiquititos
ya están agarrando la tabla moviéndose de un lado a otro. ¿Quién diría que las
mamás meterían a sus hijos a practicar skate?
“Tienen que tener paciencia
por eso amen su skate más que nada. Si revientan las zapatillas es que son
buenos”, decía un enérgico coach ante la atenta mirada de los niños y de los
curiosos skaters que detenían sus piruetas para escucharlo. Hay muchos niños y
jóvenes, pero no a todos les apasiona el skate.
El parque es un dos en uno.
Hay unas pequeñas dunas, punto de encuentro de aquellos que no hinchan por el
skate, pero sí por las bicicletas.
Todos van al punto de partida y comienzan a
competir. Lo curioso de esto, es que todos los chicos están reunidos con sus trajes
y cascos alucinándose Lance Armstrong. La verdad, es que es increíble verlos
vestidos de esa manera. Transmiten un ángel y mucha ternura. Así es la
inocencia y picardía de los niños.
Me acerco a una de las
barandas rústicas de madera para apreciar el sunset, el mar y relajarme un poco
con la magnífica vista desde el malecón.
Pasan las horas, minutos,
segundos y todo sigue igual en el Skatepark. No ha pasado nada desde que llegué.
Todo sigue igual. Desde las madres en las graderías hasta los niños ciclistas
compitiendo.
Me retiré por un momento del
Skatepark para ir al Parque Grau que está a unos pasos. Al principio, el parque
estaba tranquilo, bueno, aparentaba estarlo. Luego, comenzaron a llegar uno a
uno los ‘longboardistas’ para pasear y hacer carreras en la vereda.
Algunos estaban con
protecciones, otros más ligeros de ropa, pero todos con la misma consigna.
Divertirse y demostrar todo su talento.
Me siento en la rotonda que
está encima del coffee bar que se encuentra dentro del Parque Grau y a lo
lejos, observo a las personas que viven en los edificios asomarse por las
ventanas para ver qué es lo que ocurre.
Los carros del Serenazgo de
Miraflores que rondan las calles para velar la tranquilidad del distrito, los
transeúntes y aledaños, todos se detienen a mirar a los ‘patas’ que pasan en su
tabla como si fueran Conejitas Playboy.
Al final, las personas en
longboard se quedaron conversando y fumando cerca al monumento de Grau y ahí
estuvieron un buen rato.
Los transeúntes tuvieron que
seguir con su rumbo y yo también. Por eso decidí regresar al Skatepark. Allí,
me esperaban Jaffet y su comitiva para ir a Larcomar, ellos a seguir montando y
yo a vivir sus experiencias.
“Llegando a Larcomar como es
sabido, miles de skaters invaden la plaza y no dejan camino abierto a las
personas que van a visitar el lugar. Es así como cuando juega Perú, las calles
miraflorinas, especialmente la de Las Pizzas almacena una cantidad enorme de
hinchas. Lo mismo pasa en ‘Larco’ con los skaters y nadie dice nada. Ellos
creen que están como Pedro en su casa y no es así.
Sí, estoy criticando porque
no me gusta el accionar de los chicos que están en su tabla; creen que nosotros
los transeúntes debemos movernos para dejarlos pasar, cuando ellos en realidad
deberían dejar pasar a las personas. ¡Es el colmo!
Apoyo a los muchachos y
muchachas que de verdad saben montar skate y longboard. De verdad, los admiro
muchísimo porque sé que tienen las agallas y la habilidad tremenda de pararse
sobre la tabla. Pero repudio a todos aquellos que utilizan el nombre ‘skater’
para fomentar desbande y no respetar los parámetros que rige nuestra sociedad.
Los chicos de ahora tienen
que ser constantes y conseguir todo lo que se trazan. No solo basta con conseguir
los objetivos sino ir más allá. Buscando cada día ser mejores, no solo como deportistas,
también como personas.
Si eres buena persona y gran
deportista, llegarás lejos y tu camino estará por siempre en la cima. No te
conformes ¡Esmérate!”
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