miércoles, 7 de mayo de 2014

Talento, piruetas y versos.

Malecón Cisneros: el paraíso de los talentos

Una tarde en Miraflores valió la pena para rescatar lo mejor del skate. Un deporte para muchos, una simple afición para otros. La verdad es que niños, adolescentes y jóvenes aman la tabla y la consideran su ‘best friend’. 


Por Ludwin Meyer.
@MeyerLudwin

 “No hay principio ni final, es solo la adrenalina de hacerlo”, refirió Jaffet, adolescente de 16 años que viene todos los fines de semana con su grupo de amigos al Skatepark del Malecón Cisneros en Miraflores.
La verdad es que los veo y no me genera ningún sentimiento, pero ellos al hacerlo derrochan mucha pasión. Es su vida y le dedican mucho tiempo. Les pregunté: “¿Es su hobby? – No, para nada. No lo hacemos por pasatiempo. Lo hacemos porque de verdad nos gusta y amamos lo que hacemos.” - Me respondieron efusivamente y siguieron montando (me sentía un intruso).

Los dejé un momento, encargué mi cámara con el señor de la caseta de seguridad y salí un momento a fumar un cigarrillo. Adentro no se puede fumar, está prohibido y en realidad aplaudo la iniciativa del alcalde de Miraflores, Jorge Muñoz Wells, de apoyar al deporte y erradicar todo aquello que trate de frustrar la pasión de estos chicos.
Mientras fumaba, cuatro chicas pasaron en su longboard y de manera consciente puse el pie para que una de ellas (la más bonita) se detuviera, agarrara su longboard y caminara. Pero, vaya sorpresa, se acercó y me preguntó: “¿Me invitas un ‘pucho’? Le respondí ¡claro! ¿Fumas Marlboro Gold? – Sí, como las ‘huevas’”-Le invité el cigarro y lo encendí. Comenzamos a hablar, me dijo que se llamaba Coralia y tenía 20 años. Sus amigas al vernos conversando, regresaron y en ese instante me las presentó: Alejandra, Anscelica y Melissa – No sé el porqué, pero me he dado cuenta que todas las que paran en longboard y skate son simpáticas.
Ellas entraron al Skatepark y nosotros nos quedamos conversando. Le ofrecí otro ‘pucho’, ella accedió. Nos sentamos en el pasto, claro, ella en su tabla. Me comentó que comenzó con la tabla a los 11 años porque veía a su hermano Raúl, el mayor, que montaba skate todos los días. “Un día mi hermano dejó el madero en la cocina, yo me subí para maniobrar y me saqué la mierda. ¡Jaja! No sabes, me dolió y comencé a llorar hasta que vino mi ‘vieja’ y me tranquilizo. Raúl vino al rato y comenzó a decir: “Para que te subes ‘chibola’, si no sabes”, yo seguía llorando. Esa fue mi primera experiencia”. Yo me reía y ella también. Le dije que fue muy valiente al hacer eso y que yo en varias oportunidades también hice lo mismo, pero al saber que me iba a caer, solo pisaba la tabla.
Sus amigas, por las rejas, decían: “’Cora’, ¿ya?” - ¿A dónde te vas?, pregunté – Nos vamos al ‘Parque de la Pera’, me respondió con una sonrisa y su voz ronquita. En ese preciso instante, apareció de la nada el ‘che’ Roberto, conocido y querido por la comunidad miraflorina por vender unas chocotejas riquísimas. A Roberto lo conocí el año pasado cuando fuimos al Malecón Cisneros con mis compañeros del bloque para nuestras clases de fotografía con Analia Orezzoli. Ese día tuve la suerte de probar un par de chocotejas, una de coco y la otra de lúcuma.
Él se acercó, saludó y nos ofreció sus chocotejas, no sin antes decirme:”anímate, cómprale una a tu novia”. Al escuchar la frase acentuada de Roberto, Coralia y yo nos reímos a más no poder, nos quedaba eso, porque no podíamos actuar de otra manera ante la iniciativa del ‘che’.

Colaboré y le compré tres chocotejas y él todo un Don Juan lanzó una frase picante que hasta ahora lo recuerdo con gracia “el amor es como los fantasmas, todo el mundo habla de él pero pocos lo han visto”, en ese momento me sentí raro y dije ¿qué carajos? Coralia se dio cuenta de mi extrañeza y quedo en silencio. “Gracias ‘che’. Estamos hablando y raya con tus chocotejas” fue lo último que le dije y se retiró sonriente a seguir vendiendo su producto.
Ella ya se iba y le invité la teja de fresa porque así lo quiso. Al rato, llegaron sus amigas para montar y seguir su rumbo. Melissa se acerca para decirme “oye, ¿me invitas?” – “sí, claro” y cogió la de lúcuma. Yo quería la de lúcuma, pero no le iba a negar.
Llegó el momento de la despedida. Lo que fue sin querer, terminó pasando y el tiempo paso volando, ¿cómo es no? Cora se acercó y me dio un beso, nos miramos y ambos sonreímos. Melissa y compañía estaban a unos pasos, moviendo la mano se despedían, yo devolví la cortesía.
Pusieron la tabla en el piso y fugaron. ¡Qué lindo es verlas de espalda! Con ‘shortsitos’ en pleno sunset ¡Uffff! Cosas mías…
Regresé al Skatepark, pedí mi cámara, me senté en las graderías y comencé a fotografiar. Y aunque no me encontraba tan concentrado, observaba los trucos que hacían los chicos y me ponía a pensar de la sensibilidad que tienen éstos para maniobrar el skate.
Todas las personas tienen un talento que los diferencia y lo hace únicos. Montar una longboard o skate es también un talento y no cualquiera se sube por el simple hecho de verse chévere encima de una tabla. No señores, no es así y si piensan eso están equivocados.
Recuerdo una Navidad en la que mis papás me regalaron un scooter y a Franck Eduardo (mi hermano) un skate. Estábamos felices porque eran los regalos que queríamos. Pero no todo fue gracia; pequé de cándido al subir e inaugurar la tabla de mi hermano por haberme lanzado de la bajada del estacionamiento. Me caí y para suerte mía, las secuelas no llegaron a mayores. Para la anécdota.
En el Skatepark, no solo vemos aficionados practicando lo que más les gusta, también puedo apreciar a un par de ‘coaches’ enseñándoles a manipular la tabla a los niños con la vigilancia de sus madres en las graderías.
¿Se nace con el talento o se les inculca desde pequeños? Veo a las madres como se conmueven al ver a sus hijos riendo y pasándola bien. A mí, me causa gracia ver que desde chiquititos ya están agarrando la tabla moviéndose de un lado a otro. ¿Quién diría que las mamás meterían a sus hijos a practicar skate?
“Tienen que tener paciencia por eso amen su skate más que nada. Si revientan las zapatillas es que son buenos”, decía un enérgico coach ante la atenta mirada de los niños y de los curiosos skaters que detenían sus piruetas para escucharlo. Hay muchos niños y jóvenes, pero no a todos les apasiona el skate.
El parque es un dos en uno. Hay unas pequeñas dunas, punto de encuentro de aquellos que no hinchan por el skate, pero sí por las bicicletas. 
Todos van al punto de partida y comienzan a competir. Lo curioso de esto, es que todos los chicos están reunidos con sus trajes y cascos alucinándose Lance Armstrong. La verdad, es que es increíble verlos vestidos de esa manera. Transmiten un ángel y mucha ternura. Así es la inocencia y picardía de los niños.
Me acerco a una de las barandas rústicas de madera para apreciar el sunset, el mar y relajarme un poco con la magnífica vista desde el malecón.
Pasan las horas, minutos, segundos y todo sigue igual en el Skatepark. No ha pasado nada desde que llegué. Todo sigue igual. Desde las madres en las graderías hasta los niños ciclistas compitiendo.
Me retiré por un momento del Skatepark para ir al Parque Grau que está a unos pasos. Al principio, el parque estaba tranquilo, bueno, aparentaba estarlo. Luego, comenzaron a llegar uno a uno los ‘longboardistas’ para pasear y hacer carreras en la vereda.
Algunos estaban con protecciones, otros más ligeros de ropa, pero todos con la misma consigna. Divertirse y demostrar todo su talento.
Me siento en la rotonda que está encima del coffee bar que se encuentra dentro del Parque Grau y a lo lejos, observo a las personas que viven en los edificios asomarse por las ventanas para ver qué es lo que ocurre.
Los carros del Serenazgo de Miraflores que rondan las calles para velar la tranquilidad del distrito, los transeúntes y aledaños, todos se detienen a mirar a los ‘patas’ que pasan en su tabla como si fueran Conejitas Playboy.
Al final, las personas en longboard se quedaron conversando y fumando cerca al monumento de Grau y ahí estuvieron un buen rato.
Los transeúntes tuvieron que seguir con su rumbo y yo también. Por eso decidí regresar al Skatepark. Allí, me esperaban Jaffet y su comitiva para ir a Larcomar, ellos a seguir montando y yo a vivir sus experiencias.
“Llegando a Larcomar como es sabido, miles de skaters invaden la plaza y no dejan camino abierto a las personas que van a visitar el lugar. Es así como cuando juega Perú, las calles miraflorinas, especialmente la de Las Pizzas almacena una cantidad enorme de hinchas. Lo mismo pasa en ‘Larco’ con los skaters y nadie dice nada. Ellos creen que están como Pedro en su casa y no es así.
Sí, estoy criticando porque no me gusta el accionar de los chicos que están en su tabla; creen que nosotros los transeúntes debemos movernos para dejarlos pasar, cuando ellos en realidad deberían dejar pasar a las personas. ¡Es el colmo!
Apoyo a los muchachos y muchachas que de verdad saben montar skate y longboard. De verdad, los admiro muchísimo porque sé que tienen las agallas y la habilidad tremenda de pararse sobre la tabla. Pero repudio a todos aquellos que utilizan el nombre ‘skater’ para fomentar desbande y no respetar los parámetros que rige nuestra sociedad.

Los chicos de ahora tienen que ser constantes y conseguir todo lo que se trazan. No solo basta con conseguir los objetivos sino ir más allá. Buscando cada día ser mejores, no solo como deportistas, también como personas.
Si eres buena persona y gran deportista, llegarás lejos y tu camino estará por siempre en la cima. No te conformes ¡Esmérate!”


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